El nuevo rostro de la industria vitivinícola de América Latina



El ritmo de cambio de la industria vitivinícola en América Latina es realmente notable. La industria está en alza y la expectación crece. Ya era hora, durante años el potencial de este emocionante y diverso grupo de países se encontraba un tanto inexplotado e inexplorado. Hoy las cosas se han puesto a toda marcha, y cada vez que visito la región me asombran los nuevos y fascinantes proyectos que están surgiendo. Para mí, son varios los factores que han sido clave para lograr este cambio: juventud, exploración, innovación, así como una revaloración, un tanto tardía, del vino patrimonial y, finalmente, una mayor capacidad de trabajar juntos.

No se puede subestimar la importancia de la nueva generación de jóvenes enólogos en América del Sur. Los jóvenes viticultores de hoy viajan frecuentemente, tienen menor aversión al riesgo y comprenden las nuevas tendencias y estilos de vinos a nivel mundial. Son conscientes de las regiones de referencia en todo el mundo, así como de las técnicas antiguas y nuevas que utilizan sus pares. Históricamente, los enólogos de estas regiones habían estado bastante aislados, muy conscientes de lo que sucedía en su propio patio trasero, pero a menudo no más allá de él. Hoy en día esto ha cambiado, en una era en la que la información se difunde con tanta facilidad y los viajes son más fáciles que nunca, los jóvenes enólogos latinoamericanos no se quedan atrás y los resultados son evidentes. Ellos están conscientes de la importancia de que los vinos sean fáciles de beber, frescos y francos: no necesitan agregar nada y adhieren al mantra de “menos es más”: menos roble, menos extracción, menos alcohol. Estamos bendecidos con una gran cantidad de talentos en América Latina, jóvenes enólogos apasionados, enérgicos y comprometidos que trabajan tanto en pequeñas operaciones como en el manejo de algunas de las bodegas más consolidadas y tradicionales.

La exploración y la innovación son posiblemente los factores más importantes que han ayudado a remodelar el paisaje vitivinícola. Hay vinos en esta guía que ilustran perfectamente esto: exploraciones en el sur de Chile y Argentina, un aumento en las plantaciones en altura y proyectos costeros más fríos. Las bodegas han realizado grandes inversiones para la exploración de nuevos terroirs, así como un esfuerzo por perseverar y experimentar, empujando los límites en todos los sentidos. Esta voluntad de explorar está produciendo algunos resultados fascinantes. Estilísticamente, los vinos son mucho más variados ahora de lo que históricamente habían sido. El cambio climático ciertamente ha jugado un papel relevante, y esta visión de futuro debe ser aplaudida. La sequía experimentada en Chile durante la última década debe tomarse en serio, y es gratificante ver que algunos de los productores más grandes están comprando tierras más al sur y haciendo planes para el futuro.

Uno de los grandes cambios en la última década, tanto en Chile como en Argentina, ha sido la fuerte revaloración del legado del vino patrimonial. Durante muchos años, la histórica industria del vino y su rica cultura fueron vistos como una resaca no deseada del pasado colonial. Recuerdo que cuando llegué por primera vez a Chile en 2002 –donde trabajé por un tiempo como gerente de exportación para una bodega con sede en Santiago– escuché hablar de las viñas más antiguas de cepas País, Moscatel y otras en Maule e Itata. Me intrigó visitarlas y ver algo diferente de los viñedos a escala industrial más cuidados de la capital. Al preguntarle a los bodegueros y otros en la industria sobre qué lugares visitar, se sorprendieron de que yo quisiera conocer una zona que estaba llena de viñas viejas y pobres que solo podían producir vino a granel. Las vides del sur fueron consideradas de manera abrumadora como inferiores y, como tales, fueron muy difamadas. Cuando las visité, me sorprendió lo que encontré: hermosas áreas con tanta herencia patrimonial, gente humilde y vinos rústicos que tenían una verdadera frescura y sentido de identidad. Finalmente, ahora estamos viendo un maravilloso resurgimiento de estos viñedos antiguos, así como un cambio en la vida de algunos de estos pequeños productores, a menudo olvidados y que vendían sus uvas a precios sorprendentemente bajos. Si bien esto sigue siendo un problema para algunos, hay muchos que ahora están en una posición mejor, con una mayor capacidad de producir y comercializar sus vinos. Lo que me lleva a mi punto final: asociatividad.

Respecto de Brasil y Uruguay, me han sorprendido mucho en los últimos años. Tiempo atrás, recuerdo haber escuchado que los vinos brasileños no eran particularmente emocionantes. Sin embargo, después de haber visitado la región varias veces durante el año pasado, me es grato informar que, en realidad, ¡Brasil es muy emocionante! Su carta de triunfo son sin duda los vinos espumantes de Serra Gaúcha, donde hay mucho potencial: ya están produciendo algunos vinos de clase mundial. También estoy muy impresionado de la tenacidad y la capacidad de adaptación al viñedo que se aprecia en Brasil. Es un país que vale la pena observar. De Uruguay, siempre he estado consciente de la calidad de su Tannat, pero hoy es mucho más. Desde el Albariño, con una textura encantadora y un distintivo toque salado, hasta el Petit Verdot, picante y seductor, y el Cabernet Franc, profundo y melancólico, hay mucho que admirar. Ya estoy entusiasmado con mi próxima visita.

La mayoría de las naciones productoras de vino de América del Sur han estado por muchos años detrás de sus contrapartes del Nuevo Mundo cuando se trata de trabajar juntos. Los californianos, los australianos, los neozelandeses y más recientemente los sudafricanos han tenido mucho más éxito en su capacidad de trabajar juntos. Sin embargo, en la última década se han dado grandes pasos en América Latina, con el surgimiento de muchas asociaciones e importantes avances hacia asociaciones exitosas en muchos niveles. Algunas de ellas son asociaciones formales y agencias financiadas por el gobierno o denominaciones autorreguladoras, otras son pequeños grupos de bodegas que trabajan juntas, y también aparecen asociaciones menos estructuradas e informales. Compartir costos a través del marketing, la promoción y el intercambio de ideas puede otorgar grandes ventajas.

Ha sido una década espectacular para América Latina, y haber podido ver de cerca lo que está sucediendo es para mí un gran placer. Me siento extremadamente afortunado de ser parte de esta emocionante guía de vinos, que me da la oportunidad de probar tantos vinos maravillosos y compartir mis opiniones con los consumidores y profesionales del vino de todo el mundo. Sin duda, es el momento más dinámico para el vino en América Latina, y con las cosas cambiando tan rápidamente, ya estoy deseando producir nuestra segunda guía.

Alistair Cooper MW

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